Orígenes Históricos
Ubicación y contexto geográfico
El Marañón es una aldea rural ubicada en el municipio de Villanueva, en el departamento de Cortés, al noroeste de Honduras. Se encuentra al oeste de la cabecera municipal, cerca de las estribaciones de la Sierra de Omoa, a una altitud aproximada de 112 metros sobre el nivel del mar. Esta posición geográfica le confiere un clima cálido y un entorno natural caracterizado por su vegetación abundante, ríos cercanos y suelos fértiles que forman parte del extenso y productivo Valle de Sula.
Orígenes del asentamiento
La historia de El Marañón está íntimamente ligada al surgimiento de Villanueva como municipio. A mediados del siglo XIX, migrantes provenientes del vecino departamento de Santa Bárbara comenzaron a establecerse en las tierras fértiles del Valle de Sula. Estos pioneros provenían principalmente de municipios como Colinas, Trinidad, San Nicolás y Celilac. Inicialmente, se asentaron en un área conocida como Llano Viejo, pero la escasez de agua llevó a que se reubicaran a un nuevo sitio al que nombraron “Villa Nueva”, lo que más tarde se convertiría en la actual ciudad de Villanueva.
Fue el 23 de agosto de 1871 cuando, por decreto del entonces Gobernador de Santa Bárbara, se creó oficialmente el municipio de Villanueva, tras la petición de los colonos de tener su propio gobierno local. Desde entonces, aldeas como El Marañón pasaron a formar parte del nuevo municipio. Antes de la fundación de Villanueva, la región era conocida administrativamente como parte de la parroquia de “Tehuma”, hoy día San Manuel, según consta en documentos de 1801.
Nombre y fundación de El Marañón

Aunque no existen registros escritos exactos de la fundación de El Marañón como aldea, se estima que surgió en la segunda mitad del siglo XIX, coincidiendo con el auge de la agricultura en el Valle de Sula. Su nombre proviene del árbol del marañón (Anacardium occidentale), ampliamente presente en la región. Este árbol tropical, conocido por su fruto con semilla comestible (la nuez de la India o «cashew«), era común en los alrededores, lo que posiblemente dio origen al nombre de la comunidad.
Durante esta época, la zona era ideal para la expansión agrícola, especialmente en cultivos como la caña de azúcar y el banano. Familias campesinas procedentes de Santa Bárbara comenzaron a limpiar terrenos para sembrar y construir viviendas. La tradición oral indica que muchas familias de El Marañón y otras aldeas de Villanueva pueden rastrear su linaje a esos migrantes iniciales, consolidando una identidad compartida entre comunidades hermanas.
Estatuto administrativo y expansión inicial
Desde finales del siglo XIX hasta principios del XX, El Marañón fue reconocido como una de las aldeas oficiales del municipio de Villanueva. En los registros municipales, se documenta que Villanueva llegó a contar con entre 12 y 20 aldeas, y El Marañón ha sido una de las más persistentes en estos listados. Aunque en sus inicios era poco más que un caserío agrícola, con el tiempo se consolidó como un núcleo rural con población estable, infraestructura básica y liderazgo comunitario.
El Siglo XX y el Auge Agrícola
Un siglo de vida rural
Durante gran parte del siglo XX, El Marañón mantuvo su carácter de aldea rural agrícola, donde la mayoría de los habitantes vivían de la tierra. Las familias cultivaban maíz, frijoles, frutas, café en pequeña escala y, sobre todo, caña de azúcar, el cultivo predominante que marcó la economía del municipio. La tradición ganadera también estuvo presente, junto a la siembra de tabaco en ciertas épocas, prácticas heredadas de los inmigrantes provenientes de Santa Bárbara.

La era del banano y la United Fruit Company
En las primeras décadas del siglo, la zona norte de Honduras vivió el auge del monocultivo del banano, liderado por empresas extranjeras como la United Fruit Company. Si bien la influencia directa en El Marañón fue menor que en áreas como La Lima o Búfalo, la economía de toda la región se vio moldeada por el poder de estas compañías. Los ingenios bananeros emplearon a muchos campesinos, incluidos algunos habitantes de El Marañón, que viajaban para trabajar por temporadas.
En este contexto, el municipio de Villanueva también comenzó a ser conocido por otro cultivo: la caña de azúcar. La producción se consolidó a tal punto que Villanueva recibió el apodo de “la ciudad que endulza a Honduras”, gracias al papel crucial de sus plantaciones e ingenios azucareros.
Infraestructura limitada y reformas administrativas
A pesar de la relevancia agrícola de la zona, la infraestructura básica en aldeas como El Marañón era muy limitada durante la primera mitad del siglo XX. Los caminos eran veredas de tierra y los medios de transporte más comunes eran los caballos, mulas o carretas. El acceso a servicios públicos era prácticamente inexistente.
En 1940, el gobierno central reorganizó temporalmente Villanueva como parte del “Distrito Local de Villanueva”, un conglomerado que centralizaba varias aldeas. Esta fusión provocó una reducción en la inversión directa a las comunidades, hasta que en 1957 se restauró la autonomía municipal. Solo hacia finales del siglo XX comenzaron a llegar servicios básicos como energía eléctrica, agua entubada e infraestructura vial, con proyectos municipales de pavimentación en calles como la principal de El Marañón.

A partir de la década de 1980, el patrón agrícola comenzó a transformarse. El crecimiento de San Pedro Sula y la instalación de zonas industriales en Villanueva atrajeron a empresas textiles, manufactureras y de plásticos. Estas “maquilas” generaron empleo para muchas personas jóvenes de El Marañón que empezaron a trabajar en fábricas o en la construcción, desplazando gradualmente el trabajo agrícola como única fuente de ingresos.

Este cambio económico trajo consigo un crecimiento poblacional. Según el Censo Nacional de 2013, El Marañón contaba con 6,411 habitantes, una cifra muy por encima de los cientos que tenía décadas antes. Se estima que actualmente esa población ha superado los 7,000 residentes.
Identidad y composición social
La población es predominantemente mestiza (ladino), es decir, personas de herencia indígena y española. A diferencia de otras regiones costeras del norte de Honduras, no se conocen asentamientos Garífuna significativos en El Marañón. Las tradiciones culturales se mantuvieron fuertemente influenciadas por el catolicismo, que durante buena parte del siglo XX fue la fe dominante. La aldea cuenta con su propia iglesia católica y celebra la feria patronal con procesiones, juegos, rodeos y actividades comunitarias. A finales del siglo, también se establecieron iglesias evangélicas que hoy coexisten y contribuyen a la vida espiritual del pueblo.
Eventos históricos que marcaron a la comunidad
Uno de los eventos nacionales con mayor repercusión en la zona fue la huelga bananera de 1954, que comenzó en el norte de Honduras y sentó precedentes para los derechos laborales. Es probable que trabajadores de El Marañón se hayan sumado a las protestas o hayan sido testigos directos del impacto de las nuevas leyes laborales impulsadas como resultado.

En las décadas siguientes, especialmente los años 70 y 80, la reforma agraria promovida por el Estado abrió una nueva etapa: los campesinos comenzaron a organizarse en Empresas Asociativas Campesinas para luchar por el derecho a la tierra. En zonas rurales de Villanueva, incluidas áreas alrededor de El Marañón, surgieron cooperativas que marcaron el inicio de una tradición de activismo local. Este movimiento preparó el camino para figuras importantes en la historia campesina del país.
Realidad Actual y Perspectivas Futuras
Crecimiento poblacional y cambios demográficos
El Marañón ha evolucionado notablemente desde sus orígenes como caserío agrícola. Según el Censo Nacional de 2013, contaba con 6,411 habitantes, y proyecciones locales estiman que hoy la población supera los 7,000 residentes. Una característica destacada es su población joven: en 2013, más del 50% tenía menos de 18 años, reflejo de una tasa de natalidad alta. La mayoría de sus habitantes son mestizos (ladinos), sin presencia significativa de comunidades indígenas o garífunas.
Las familias tradicionales, con raíces en Santa Bárbara, aún conforman el núcleo social de la comunidad, pero cada vez es más común encontrar nuevos residentes provenientes de otras regiones de Honduras, atraídos por la disponibilidad de tierra, el costo de vida más bajo que en las zonas urbanas, o la cercanía con San Pedro Sula y Villanueva.
Condiciones de vivienda y servicios
Las viviendas han mejorado con el tiempo: aunque muchas casas siguen siendo de adobe o bloque de concreto con techos de zinc, la cantidad de viviendas de ladrillo y materiales más duraderos ha aumentado. La mayoría de los hogares ya cuentan con electricidad —una mejora significativa ocurrida a partir de los años 2000— y acceso a agua potable a través de un sistema municipal que, aunque intermitente, representa un gran avance con respecto a décadas anteriores.
No obstante, el crecimiento acelerado ha generado nuevos retos. El racionamiento de agua es común, especialmente en verano, debido a la demanda creciente y la limitada capacidad de los sistemas de distribución. La basura es recogida con apoyo del municipio, aunque en algunas zonas aún se observan prácticas informales como quemas o vertederos comunitarios improvisados.

Educación y salud
El Marañón cuenta con varios centros educativos. La Escuela Petronila Barrios de Cabañas ofrece educación primaria, mientras que el Instituto “Unidad y Cambio” brinda educación secundaria, con más de 300 estudiantes y una docena de docentes. La comunidad celebra eventos como Día del Niño, graduaciones y ferias educativas, reforzando la importancia de la escuela como eje comunitario.
En cuanto a salud, existe una clínica básica que atiende a los residentes con servicios primarios. Casos más complejos se remiten al centro de salud en Villanueva o a hospitales en San Pedro Sula. Durante la pandemia por COVID-19, el sistema sanitario local enfrentó limitaciones, pero la población respondió con campañas de prevención impulsadas por maestros, iglesias y el patronato.
Religión, cultura y tradiciones
Culturalmente, El Marañón mantiene un fuerte arraigo en las tradiciones católicas, como la feria patronal, que incluye misa, procesiones, música, juegos, venta de comida típica y a veces rodeos o torneos de fútbol. Las iglesias evangélicas también han ganado terreno y aportan con obras sociales, retiros espirituales, y celebraciones propias.
Durante las fiestas, es común ver danzas tradicionales, platos como baleadas, tamales y montucas, y música que mezcla lo moderno con lo folclórico. Las familias aún conservan prácticas comunitarias como las maniobras, donde vecinos se ayudan en labores de siembra, construcción o limpieza.
Movilidad y comunicación
La llegada de calles pavimentadas con adoquines, mototaxis y transporte colectivo mejoró la movilidad. Hoy es fácil viajar hacia Villanueva o San Pedro Sula, lo que ha permitido a los habitantes acceder a trabajos en maquilas, tiendas, bodegas o como transportistas. El acceso a teléfonos celulares e internet móvil es alto, y la mayoría de hogares tienen al menos un dispositivo con conexión. Las redes sociales se han convertido en el principal medio de comunicación local.
Economía actual
Aunque la agricultura sigue siendo clave —con cultivos de caña, palma, maíz y frijol—, ha habido una diversificación económica. En el pueblo se han establecido pulperías, talleres de motocicletas, molinos de maíz, barberías y ventas de ropa. Algunos residentes reciben remesas del extranjero o trabajan en zonas industriales cercanas. La economía, aunque modesta, muestra señales de crecimiento y modernización.
Un pueblo en transición
El Marañón ya no es una aldea aislada. Aunque mantiene su esencia rural, hoy vive una etapa de transición: entre la tradición y el desarrollo. Sus calles, escuelas, iglesias, comercios y espacios públicos son testigos de ese cambio. La conexión con la historia, el respeto por la tierra y la organización comunitaria siguen siendo sus pilares.
Muchos jóvenes sueñan con salir a estudiar o trabajar fuera, pero otros, como el autor de este libro, valoran profundamente su raíz en El Marañón. El deseo de regresar, invertir o incluso retirarse algún día en medio de la hermosa naturaleza del pueblo es compartido por muchos que vivieron allí en su infancia.
Transformación Social y Margarita Murillo
Luchas campesinas y cooperativas
Durante las décadas de 1970 y 1980, Honduras vivió una de las etapas más importantes en su historia agraria: la implementación de reformas orientadas a redistribuir tierras a campesinos sin propiedad. Este proceso trajo consigo una oleada de organización rural en forma de Empresas Asociativas Campesinas (EAC) y cooperativas, muchas de las cuales surgieron en los sectores rurales de Villanueva.
El Marañón fue parte activa de este proceso. Aunque tradicionalmente compuesto por pequeños productores, la presión demográfica y la concentración de tierras forzaron a muchas familias a unirse y exigir acceso a parcelas productivas. Así nacieron organizaciones locales que lucharon por títulos de propiedad y mejores condiciones de vida, formando parte de una red nacional de resistencia y trabajo colectivo. Las “maniobras” o jornadas comunitarias de siembra, cosecha o construcción son reflejo de esa tradición de ayuda mutua que sigue viva en el pueblo.
Margarita Murillo: símbolo de lucha desde El Marañón

Una figura clave que emergió en este contexto fue Margarita Murillo, una lideresa campesina nacida en el occidente del país pero profundamente vinculada a El Marañón, donde vivió y desarrolló buena parte de su labor social. Murillo fue una de las fundadoras de la Central Nacional de Trabajadores del Campo (CNTC) y se convirtió en una de las voces más firmes por los derechos de las mujeres campesinas, el acceso justo a la tierra y la justicia social.
Durante los años 80, Margarita enfrentó persecuciones políticas y amenazas constantes por su papel organizativo. Sin embargo, su compromiso nunca flaqueó. En El Marañón lideró iniciativas agrícolas comunitarias, brindó capacitación a campesinos y articuló alianzas con otros movimientos sociales, convirtiendo la aldea en un punto de referencia para la lucha rural en el norte del país.
Asesinato y legado
El 27 de agosto de 2014, Margarita Murillo fue asesinada mientras trabajaba en un proyecto agrícola en El Marañón. Sujetos armados desconocidos le dispararon, en un crimen que conmocionó no solo a la comunidad local, sino a toda Honduras. Su asesinato, aún sin justicia plena, puso de relieve los peligros que enfrentan los defensores de derechos humanos y líderes sociales en las zonas rurales.
El cuerpo de Margarita fue sepultado en el cementerio de El Marañón, donde cada año se realizan actos conmemorativos en su honor. Su figura ha sido elevada al rango de mártir campesina. En la comunidad, su memoria vive no solo en las luchas que inspiró, sino también en las personas que continúan su legado organizando cooperativas, defendiendo el medio ambiente y exigiendo equidad para los habitantes del campo.
El impacto local de su lucha
Gracias a su trabajo y al movimiento social que ayudó a consolidar, El Marañón experimentó un fortalecimiento del tejido comunitario. Se logró mayor acceso a proyectos de electrificación, mejoras en centros escolares, caminos y agua potable. Organizaciones campesinas lograron títulos de tierras y se integraron en redes nacionales de incidencia política. Para muchos jóvenes de la aldea, Margarita Murillo representa un ejemplo de valentía y servicio comunitario.
En resumen, El Marañón no solo es un escenario geográfico de luchas agrarias, sino también un semillero de liderazgos que han contribuido a las transformaciones sociales de Honduras. El legado de figuras como Margarita Murillo sigue vivo y presente en la identidad del pueblo.
Desastres Naturales y Reconstrucción
Vulnerabilidad ante los fenómenos climáticos
Como parte del extenso Valle de Sula, El Marañón ha estado históricamente expuesto a los efectos del cambio climático, lluvias intensas y desbordamientos de ríos cercanos, como el Ulúa y el Chamelecón. Esta vulnerabilidad se hizo evidente en repetidas ocasiones a lo largo del siglo XX, pero nunca con tanta fuerza como en los eventos de las últimas décadas.
El huracán Mitch: una advertencia temprana
En 1998, el huracán Mitch arrasó gran parte del territorio nacional, dejando más de 11,000 muertos en Centroamérica. Aunque El Marañón no fue uno de los epicentros de la tragedia, sí sufrió intensas lluvias, deslaves menores, pérdida de cultivos y daños en caminos rurales. Para muchos, Mitch fue la primera gran advertencia sobre la fragilidad de la infraestructura local ante eventos extremos.
Huracanes Eta e Iota: la doble tragedia de 2020
El desastre más severo en la historia reciente de El Marañón ocurrió entre noviembre y diciembre de 2020, cuando dos poderosos ciclones —Eta e Iota— azotaron el país con solo dos semanas de diferencia. Ambos sistemas provocaron lluvias torrenciales que inundaron gran parte del Valle de Sula.

El Marañón fue una de las aldeas más afectadas en el municipio de Villanueva. Las crecidas destruyeron viviendas, carreteras, puentes peatonales, sembradíos, y dejaron a cientos de personas incomunicadas. Algunas calles quedaron cubiertas de lodo y escombros durante semanas. Las escenas de la aldea bajo el agua circularon por redes sociales y noticieros, mostrando a familias huyendo con lo poco que pudieron rescatar.
El medio Hoy Mismo documentó que la situación en El Marañón fue de “miseria y desolación”. Incluso seis meses después del impacto, algunas familias aún vivían en condiciones precarias, esperando apoyo gubernamental o de organizaciones no gubernamentales.
Respuesta comunitaria y reconstrucción
A pesar de la magnitud del desastre, la resiliencia de los habitantes de El Marañón se hizo evidente. Los vecinos organizaron brigadas para remover lodo, reparar tramos de carretera dañados, y distribuir alimentos y medicinas. El patronato comunitario jugó un papel crucial, coordinando la ayuda con la alcaldía de Villanueva y con organismos de cooperación internacional.
Con apoyo del gobierno municipal, la FHIS (Fondo Hondureño de Inversión Social) y entidades religiosas, se comenzaron obras de reconstrucción. Entre ellas:
- Rehabilitación del sistema de agua potable.
- Reconstrucción de viviendas afectadas, en algunos casos con mejores materiales.
- Reforzamiento de bordas y canaletas para futuras crecidas.
- Reparación de calles con adoquines, buscando mayor durabilidad.
- Instalación de más alumbrado público.
- Creación de un centro comunitario con acceso a internet, facilitando la educación virtual durante la pandemia.
Estas obras marcaron un hito en la historia de infraestructura de la aldea. Sin embargo, también revelaron la necesidad urgente de implementar planes de prevención de desastres, incluyendo sistemas de alerta temprana, capacitación en gestión de riesgo y planificación territorial que evite construcciones en zonas inundables.
Lecciones aprendidas
Hoy, las huellas de Eta e Iota aún están presentes en El Marañón, pero también lo están las lecciones. La experiencia fortaleció la organización barrial y aumentó la conciencia sobre la importancia de estar preparados. La comunidad reconoce que, en ausencia de respuestas rápidas del Estado, es la solidaridad vecinal la que salva vidas.